
Después de una semana sin noticias del invitado misterioso, he decidido dejar el asunto. Por paz mental. Por eso y porque el fin pasado tuve una excelente aventura que me hizo recordar porque prefiero la soltería.
El invitado pasado y yo habíamos quedado en vernos ese sábado para recordar lo que nos atrajo al uno del otro, pero unas llamadas telefónicas inconclusas y mensajes de texto crípticos dejaron entrever que lo que yo consideraba un comienzo, había sido un mero one night stand. Memorable, pero aún así. Para contrarrestar la entumecida decepción, me puse mi mejor atuendo y me fui a Nameless. Apuntaba para ser una noche irrelevante, puesto que ninguno de mis amigos célebres estaba ahí, excepto Eny, quien se encontraba muy atareado siendo anfitrión de la fiesta de cumpleaños de su pareja. Encontré además algunos enredos y ligues, viejos y no tan viejos, ninguno de los cuales me apetecía volver a probar. ¡Chale, qué decepción! ¡Y yo que hasta vodka para el after traía!. Ante tan desolador panorama me dedique a beber indios, bailar una que otra rola contagiosa y hacer small talk con quien se dejara. Al cierre del antro Eny y su crew deliberaban para encontrar el mejor after y yo, un poco aburrido, esperaba el veredicto. Un hombre alto y delgado, con cara larga, barba espesa y ojos verdes me sacó del letargo. Se aproximaba a Eny en busca de barullo, que mi amigo supo proporcionar en cantidad suficiente para convencerlo de unirse a la caravana. Minutos después el auto de Eny dirigía un convoy de 7 autos hacia el anhelado after, el cual resulto decepcionante, puesto que era una fiesta con música de banda y gente hetero MUY básica. Cuando cambiaron la música de banda por discos viejos de electro y los heteros se empezaron a quejar, me aproxime al nuevo extraño y le espeté:
- De weba el after ¿no?
- Pues sí, sho diría que ejtá un poco aburrido -contestó en impecable acento argentino.
- Mira, yo tengo otros 2 afters que prometen más y una botella de vodka en mi auto. ¿Quieres venir conmigo? Tienes 5 segundos para decidir.
Asintió con la cabeza y me siguió sin despedirse de nadie. Se llama William, y lleva quién sabe cuanto tiempo recorriendo el continente vendiendo artesanías. Hot Hippie. ¿Quién lo iba a pensar?
Llegamos al segundo after. Un conocido que me parece atractivo lo había proporcionado, creo que me quería usar de su rebound boy, y admito que yo quería también, pero el after era todo un turn off. Lesbianas rancheras en fachas y en desamor. Si no es porque dicho amigo estaba frente a mí hubiera vomitado al cruzar el umbral. Estaba a punto de servirme un trago para quitarme las náuseas cuando William tuvo el buen tino de sugerir que nos fuéramos. Asi lo hicimos y llamé a mi amigo Honey, quien como buen profesional, me invitó a un after en un basement-lounge de una casa enorme y lujosa. William was pleased and so was I. Honey ofreció dulces. William y yo compartimos uno de color blanco. me entretuve socializando con los viejos amigos hasta que William se fue a sentar en un amplio sillón. Me senté a su izquierda y pregunté:
- ¿La estás pasando bien?
- Genial, Excelente after.
- ¿Ves? te dije que er mucho mejor que el anterior. Solo que no hay muchas chicas.
- ¡¿Chicas!?
- Pues si we!, que no a ti te gustan ...
Esas fueron las últimas palabras de esa hora, porque el resto se consumió en besos endulzados. Cada uno más intenso que el anterior.
El after languidecía y nuestros cuerpos también. Salimos de ahí de prisa y nos dirijimos a casa de William. Justo a punto de llegar, un oficial de tránsito nos detuvo. Al parecer me distraje del camino y me pasé una luz roja por estar admirando el perfil del nuevo extraño. Le ofrecí una considerable mordida al oficial, el cual cayó redondito y ya me encaminaba hacia el cajero automático, pero el remordimiento lo atacó y me volvió a detener pocos metros antes de llegar a nuestro destino. Ahora estaba empeñado en llevarme a la delegación y en esta ocasión pude ver que estaba más ebrio que yo. Intenté negociar un poco más y aumenté capital a la ya generosa mordida, pero no entendía razón, asi que sigilosamente cambie de velocidad y pisé el acelerador a fondo. Nunca olvidaré la cara de sorpresa del ingenuo oficial que olvidó pedirme que apagara el auto. William no daba crédito de lo que acababa de pasar. Dimos unas cuantas vueltas intentando perder a los tránsitos y llegamos por fin a casa de William. Al llegar continuamos con los besos, luego las caricias y los cuerpos desnudos entrelazados. Besos en lugares no acostumbrados que liberaban esencias increíblemente placenteras. Me deslicé dentro de él y sentía su mirada azul sobre mi cuerpo. Ahora el que no daba crédito era yo. Así seguimos hasta que nuestros cuerpos ya no pudieron más. Nos desplomamos en la cama, entrelazados aún y vimos el mediodía llegar. ¿Y el auto y la fuga? A quién le importa...